Me gustaría decir que escribo porque me lo pide el cuerpo. Decir que escribir es un reflejo condenatorio, terco, inamovible. Pensándolo mejor, también me gustaría decir que al escribir consigo algo de alivio y que esto evita que el vaso se llene demasiado pronto, demasiado rápido. Mover la mano o correr sobre el teclado para accionar la esclusa que nivele mis estados de ánimo.
Podría fingir y decir todo eso. Sin embargo, me temo que la realidad es mucho más prosaica. Escribo poco, mucho menos de lo que me gustaría. Cuando escribo, cuando me acuerdo de escribir, lo hago imaginando que alguien se fija en hermosos detalles inservibles como la cadencia de las palabras, las pausas, los ritmos, el uso estratégico del punto y coma. La estética de las palabras sobre el fondo de las palabras. Creo que ese es el error.
Quiero necesitar escribir como si la vida se me fuera en ello cuando no lo hago, pero no es así. Mientras dura, vale la pena. Luego, la pena se apaga y da paso a días, semanas y meses sin atreverme a proponer palabra. El escribir para vivir se sienta y se queda quieto en el sofá hasta la próxima vez.
Hoy, hoy es la próxima vez. La ocasión de hacer las paces y reconciliar las expectativas con las capacidades en un tregua necesaria. Para intentar esto, este será el espacio en el que iré compartiendo aquello que humildemente crea que puede compartirse, será sobre todo reseñas de libros y películas que vaya encontrando por el camino. Espero también atreverme a mostrar cosas algo más personales que puedan servirle a alguien. Cuento por supuesto con aburrir sólo lo justo.
Si esto funciona, si logro evitar las distracciones habituales, me obligaré a hacer el mejor uso que pueda de estas compuertas hechas para cerrarse y para abrirse, para dejar pasar y dejar salir mientras quieran y puedan. Gracias de antemano a quienes pasen para aquí.
“Mira, sólo hay un medio para matar los monstruos, aceptarlos”
Julio Cortázar

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